Y tú sigues oliendo a mí. Y qué decir de tu cama.
Sí, te hablo de tu cama, ni una lágrima probó. Se las dejé probar a la mía, síndrome de Diógenes puedes llamarlo, pero te aseguro que guardo bajo llave y bajo razón todas y cada una de las lágrimas que derramé pensándote, exprimiéndote en mis pensamientos.
Las gotas de tu cama, sin embargo, fueron de sudor, y por culpa de un determinado tipo de calor. Es injusto, lo sé. A ojos del mundo es injusto, pero leí una vez que todo lo que sube baja, y, amor, tú no ibas a ser la excepción. Te escribo en este preciso momento desde la más alta nube.
No todo es tan idílico...y es que, aquí, por desgracia, sigue lloviendo...
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