¿Sabes? Volaste sin dejar el nido, nunca lo llegaste a dejar. Lo que dejaste fue una persona vacía, mimada por excusas que ya era tarde para justificar, adornada siempre de flores, pero de entierro.
Volaste y cambiaste de aires, de tierras, de mares. Volviste a caminar por los mismos senderos de indiferencia, y todo ello yendo paso por paso, hacia atrás, esta vez. Y cómo duele...
Duele ver que te fuiste, que realmente ocurrió. Que nadie lo imaginaba así pero, joder, te fuiste. Y gracias a tu no despedida hoy sé valorar y buscar yo misma la forma de despedir a los que, por desgracia, se acabarán yendo también. Y pienso hacerles una despedida indolora, insonora, con colores. Una despedida a lo grande. Una despedida que tenga de todo menos silencios y, por supuesto, nada de un adiós sufrido y gritado. Será el mejor adiós que diré nunca, y todo gracias a tu cobardía en escala de grises. Eso es lo segundo que dejaste. Y...¿qué decirte? Me hizo compañía y me acabé apoderando de ella. Hablo de tu cobardía, y mientras escribo esto me mira descaradamente, sentada en una esquina.
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